miércoles, 17 de febrero de 2010

"Sólo el cielo lo sabe" de Douglas Sirk (1955)


Volver la mirada atrás para contemplar una película de Douglas Sirk es siempre una delicia. El director de origen alemán siempre ha sabido tratar con asombroso tacto y apreciable sentido del decoro tramas propias de folletín, pero que su formidable trabajo tras la cámara y un guión generalmente, de acero armado, han conseguido dignificar hasta el cisma de las obras maestras del Hollywood clásico. "Sólo el cielo lo sabe", como pasa hoy día, fue una consecuencia directa de un éxito anterior, el también melodrama de Douglas Sirk "Obsesión". Hollywood, que ya entonces sabía muy bien como agarrarse a un éxito cuasi seguro, tiró además de idéntica pareja protagonista, Rock Hudson y Jane Wayman.

La historia es muy sencilla, una adinerada viuda se enamora de su jardinero. Las habladurias de sus vecinas primero, y la hostilidad general de sus hijos después, obstaculizan una relación idílica. Ella es de la alta sociedad, pero disfruta rodeada de campesinos y agricultores mientras su amado, abre botellas de vino con los dientes. Él, no es más que un jardinero, endiabladamente guapo, eso es verdad, pero él tampoco está por la labor de abandonar su entorno y zambullirse en las exquisiteces de la burguesia. Ambos quieren conservar sus entornos, pero ambos, no se dan cuenta, estan siendo igual de egoístas.

Como digo, así visto sobre el papel, lo más lógico sería pensar que un film con semejante trama no puede ir más allá del soberano aburrimiento, pero es precismente por este tipo de películas, por las que amo profundamente al cine clásico. Douglas Sirk, no sólo consigue que el personal romance nos alcance como propio y que suframos, compadezcamos y nos irritemos ante la abigarrada sociedad norteamericana, sino que además, el director consigue envolvernos en un universo de bellísimas imágenes y cuidada puesta en escena en donde cada movimineto de cámara tiene su razón de ser y cada corte de plano su sentido.

Es con películas como estas, creo yo, con las que se pueden generar nuevos amantes de cine. Porque cuando uno se enamora del cine clásico, no olvidemos, se está enamorando del cine. Es lo bueno y lo sublime que tiene el cine clásico, que amar a John Ford, George Cuckor, Howard Hawks o Douglas Sirk, es amar a todo lo que vino después, y claro está, todo lo que vendrá después...

Goyas 2010


Justicia. Y van dos años seguidos, ¡qué cosas! "Celda 211", que casualmente ha sido la película -íntegramente- española más taquillera del año, se llevó a casa ocho goyas. Me parece muy bien, porque Daniel Monzón es un tipo que me cae simpático. Aprecio pese a sus altibajos "El corazón del guerrero", me divertí con "El robo más grande jamás contado" y pase un rato entretenido con "La caja Kovak". Nada del otro mundo, es cierto, pero si que se dejaba sentir una importante tendencia hacia el cine de género, que es algo, de lo que está muy necesitada nuestra industria.
Otra cosa bien distinta es "Agora". Estoy seguro que más de uno de la gala de entrega de premios se debió de preguntar en qué clase de ceremonia española se encontraba cuando una buena parte de los Goyas técnicos al film de Amenábar eran recogidos por extranjeros... Era el gran hándicap de Amenábar para este año, mucho presupuesto sí, mucha taquilla, también, pero pocos españoles, o al menos, no los suficientes. Pero a Amenábar lo quieren mucho en la Academia de Cine, demasiado, y por eso nadie se resistió a darle el Goya al mejor guión original, aunque yo se lo hubiera entregado a Fernando Trueba por su despreciada "El baile de la victoria". Habría sido un reconocimiento merecido para un cineasta de primera que no siempre, y esto es lógico, da en el clavo de la taquilla.
Por lo demás, sorpresas las justas, más allá de la presencia del laureado Pedro Almodóvar. Se dice que Alex de la Iglesia lo intentó también con José Luis Garci y Quentin Tarantino. No se puede negar que el hombre apunta alto y eso es bueno. En lo que respecta a la gala, la verdad es que no deberíamos quejarnos demasiado; una retransmisión en directo sin publicidad debe de ser algo agotador, y con alguna que otra descompensación (un vídeo que no entró, una música que no dejaba de sonar...), el conjunto se dejo ver con ligereza. Buena culpa de esto la tuvo, claro está, Andreu Buenafuente que podrá caer mejor o peor a según quien se le pregunte, pero vale la pena reconocerlo, hizo un magnífico papel como maestro de ceremonias. También se agradeció la presencia de la insustituible Rosa María Sardá, y hasta estuvo simpático el montaje que Santiago Segura presentó de "Celda 211" y ese número musical del principio de la gala donde se pusieron algunos puntos sobre las íes, aunque eso si, con bueno humor y desparpajo, para que nadie se ofendiera demasiado.
Y poco más la verdad. A Luis Tosar había que darle ese Goya, aunque su papel estuviera hecho a la medida de un actor que parece haber nacido para interpretar personajes de villano (para cuando una comedia para Tosar, ahí sí que se vería lo gran actor que es). La BSO para Alberto Iglesias también tiene su punto de contradicción, la partitura de Roque Baños era mucho más compleja, pero la sensibilidad de Iglesias y el prestigio del compositor fuera de nuestras fronteras siempre ha jugado a su favor en los Goya, y todo aunque su director fetiche, Pedro Almodóvar, nunca haya terminado de encajar con la Academia.
En suma, una estimable fiesta de promoción del cine español. Dos películas de género y taquilleras coparon todos los premios y eso también es bueno. A ver si este año se repiten las cifras del pasado aunque sin estreno anual de Amenábar, Almodovar o un "Planet 51" el asunto va a estar dificilillo. A ver si nos sorprenden con algo...

viernes, 5 de febrero de 2010

"Avatar" de James Cameron (2009)


Vaya por delante que fui a ver "Avatar" con la mejor de mis disposiciones. El impresionante éxito de la película de cuyo eco están dado buena cuenta los medios de comunicación, me hizo reflexionar un poco sobre el cine de James Cameron, sobre todo sobre "Titanic", la película que menos me interesa. Echando la mirada atrás y recordando algunas de esas frases que calan en nuestra vida, llegué a la conclusión de que "Titanic" sin personajes y todo, era un film muy cameroniano en tanto era un producto en esencia, profundamente simple, pero bien construido dentro de sus parámetros de simplicidad. Es decir, no hay que pedirle mucho a "Titanic", pero lo poco, lo muy poco que ofrece, lo ofrece muy bien. Todo hay que decirlo.
De modo que con esta guisa reconciliadora me fui a ver "Avatar" y lo que es más, en 3-D (del tema 3-D ya hablaremos un día de estos). Cómo de costumbre en el cine de James Cameron (lo que demuestra que pese a quien le pese, Cameron es un director con constantes, es decir, lo que muchos llaman un autor...), "Avatar" es un film que arranca con un entorno frío y fuertemente jerarquizado, lo que aplicado al ejército siempre encaja a las mil maravillas. Un diseño de producción apabullante y un cuidado técnico impecable. Me llamó mucho la atención, eso si, que el protagonista fuera un hombre paralítico de cintura para abajo, ¿un héroe minusválido pensé yo? No...., nada de eso...

Fuera de su impresionante logística técnica, "Avatar" es una de esas películas que desde prácticamente el primer plano y conforme se va desvelando por dónde van a ir los tiros, uno intuye con bastante seguridad por dónde van a ir los tiros. De hecho, lo mejor de "Avatar" son sus primeros minutos, cuando uno aún tiene esperanzas de que el asunto sea algo diferente. A Cameron siempre se le han dado bien lo preliminares, eso hay que reconocerlo. Pero cuando la película toma posiciones y desvela sus primeras y cartas y resulta evidente, que no hay muchas más cartas que desvelar "Avatar" cae en picado.

Por momentos, la última película de James Cameron recuerda a "Pocahontas", ese ficus fluorescente resulta bastante irrisorio y en conjunto la trama no tiene mucho de donde tirar. Como digo, técnicamente la película es impecable, pero su uso y abuso de la digitalización de las cosas, tengo la impresión de que le ha afectado a Cameron y ya no tiene ese toque tan particular que tenía cuando rodaba escenas de acción real en decorados reales. Lo que ahora hace con la cámara, el montaje y los movimientos, vienen a ser lo mismo que hemos visto otras veces en otras películas de técnica similar. Pero lo peor de todo es conforme la película va entrando en su mitad final y el aburrimiento es ya una sensación bastante perceptible. Sobre todo porque en "Avatar", por más que se empeñen los fans (que los hay y por montones), no hay emoción. Cameron es un hombre demasiado frío, demasiado tecnócrata (seguro que es uno de esos directores que como Peter Jackson rueda con un portatil en la mano...) como para hacer una película sobre una etérea energía que une a la Madre Naturaleza, tal es así, que como hiciera George Lucas en la desastrosa "La amenaza fantasma" con la Fuerza, Cameron le pone nombre y apellidos a esa energía natural, poniendo en boca de sus personajes que se han detectado corrientes químicas entre los árboles y plantas del planeta Pandora. Si hablamos de una cuestión casi espiritual (que parece ser la apuesta de Cameron), justificar su existencia extirpa todo el misterior.

Lo cual, me lleva a una reflexión. Si "Avatar" ha batido todos los récords habidos y por haber, algo, necesariamente algo, debe de tener la película de Cameron. Vista fríamente si, "Avatar" tiene efectos especiales, acción y unas gotitas de romance (¿quién le habrá dicho a James Cameron que es un tío romántico?. ¡Uy..., que le dieron once oscar por una historia de amor pasada por agua...!). Vale, es cierto, pero ¿cuantas películas con similares ingredientes y técnicamente también impecables se han quedado en la parrilla de salida? Me cuesta mucho trabajo entender cómo es posible que un film tan mediocre como "Avatar" pueda generar semejante cantidad de público y que conste, que no quiero tratar con desprecio al elemento más importante de la industria cinematográfica (sin público, no habría cine). No entiendo eso fans enganchados a la película que necesitan verla una y otra vez para regresar constantemente al imaginario mundo de Pandora, que tampoco es que ofrezca demasiadas novedades. No lo entiendo. Tal vez, forzando la maquina, todo venga del descontento existencial, de la generación "Ni-Ni", que no encuentra o no le quiere encontrar motivos para hacer nada palpable y que encuentran en una película como "Avatar" un objetivo y un motivo por el que vivir, sin molestarse en buscarlo y en identificarse con él. El cine incita a la empatía, se da por su puesta y muchos, da la impresión, acceden encantados. ¿Será eso?